“Cine
Exin. El cine sin fin” decía el anuncio y nada mas lejos de la realidad. La
cosa se acababa en cuanto se gastaban las pilas o en cuanto la cinta de
celuloide se rompía, que era casi siempre.
El
eslogan venía a cuento de que una vez acabada la película que no duraba mas de
un minuto volvía a empezar y podías entrar en un bucle en el que acababas odiando a la pantera rosa, a Tom y Jerry o a Piolín, aunque este último ya era
odioso sin ayuda de ningún juguete.
Hubo
dos modelos diferentes. El primero y original fue el de color naranja, en el
que había que instalar con cuidado la bobina de celuloide.
Viendo
que la torpeza de los niños españoles era un problema para el correcto
visionado de la cinta, sacaron un segundo modelo de color azul en el que las
películas venían en un cartucho mucho mas fácil de instalar.
Pero
el resultado era prácticamente el mismo.
En
ambos había que dar a la manivela hacia adelante o hacia atrás si querías ver
como el pato Donald retrocedía sobre sus pasos librándose de una caída, para a
continuación volver a acelerar la manivela y precipitar al pobre pato hacia un
destino del que nadie podría librarle.
Fue
nuestro primer “YouTube” porque podías elegir que pequeña pieza querías visionar
una y otra vez. Y la forma de ver cual de las películas tenía mas visitas era
viendo el deterioro de cada cinta.
Lo
decepcionante era que no tenía sonido. Aunque eso no era del todo cierto porque
el “cra, cra, cra” de la manivela era infernal. Y aun resuena en nuestros oídos
como síntoma de una gran secuela que dejó en los niños que jugamos con él: un
amor especial por el cine.
Fueron creados por un alemán llamado Hans Beck, un carpintero que comenzó su
carrera fabricando pequeños juguetes para sus hermanos pequeños.Fue una
especie de Gepetto que consiguió que finalmente sus muñecos cobrasen vida. Una
vida que ha continuado mas allá de la muerte de su creador.
Y lo
hicieron en las manos de niños de todo el mundo, compartiendo con ellos
aventuras, luchando en barcos pirata o guerreando en fuertes Comanche. Pero eso
si, siempre con una sonrisa pintada en sus caritas.
Los Playmobil (que en los setenta los conocíamos como
“Clicks de Famobil”) siempre fueron mis muñecos favoritos. Muy por encima de
otras figuras de la época como los “Airgamboys”, los “Madelman” o los
“Geyperman”. Y de hecho son los únicas figuras de su generación que han
sobrevivido en el mercado.
Quizá es porque la idea
del visionario juguetero de alejar sus figuritas de las modas pasajeras y
mantener intacto el encanto de lo sencillo, que no de lo simple, es lo que ha
hecho que perduren en el tiempo, convirtiéndose en un auténtico icono de la
cultura popular.
Esas
manitas curvadas con forma de U podían manejar arcos, flechas y hasta timones
de barco, pero desgraciadamente no podían llevarse nada a la boca, porque los
Clicks, al carecer de codos, cualquier copa o alimento se lo tiraban por detrás
de la espalda.
Entonces
surge la gran pregunta: ¿Como han podido sobrevivir hasta hoy si no
podían autoalimentarse?
Y
volviendo a jugar con ellos descubrí la respuesta.
En su
carencia se encierra su gran lección: dándose de comer unos a otros.
Tal vez,
nuestra sociedad de carne y hueso debería aprender de esa otra pequeña sociedad
de plástico que, como casi todo en la vida, lo que hace que un juguete tenga
autentico valor, es compartirlo.
Y siempre
con una sonrisa, tal y como Hans la pintó.
Mucha gente se suele preguntar que fue de grandes astros
del fútbol…
Pero muy pocos nos preguntamos… ¿Qué fue de… el
naranjito?
Aquella mascota horrorosa, híbrido de cítrico y futbolista,
que resultaba de lo más inquietante…
Porque si llevaba siempre un balón de reglamento
bajo el brazo… ¿Qué tamaño tenía esa naranja?
Pese a haberse convertido en un personaje maldito. Fue
sin duda la estrella del 82.
Había todo tipo de merchandising con su anaranjada efigie:
gorras, camisetas, llaveros, ¡Hasta escobillas de bater!
Era como Beckham pero en fruta.
Tuvo hasta una serie de dibujos animados, tan mala y aburrida que los Fruitis a su lado parecen de Disney. En ella conocimos a sus mejores amigos: Clementina y Citronio. (Efectivamente se trataban
de una mandarina y un limón)
¿Cual era el autentico objetivo de esa serie?
¿Odiar la fruta…?
¡Aquel año, de postre, solo queríamos yogur...!
Aunque las mascotas de los otros mundiales tampoco es que fuesen
un exponente de buen gusto como se puede ver en esta galería de los horrores. Ojo especial a Willie y Gauchito.
Pero lo bueno que tuvo el Naranjito, es que vendía
valores positivos al rechazar la dictadura de los cánones estéticos, demostrando
que se puede ser una estrella aunque tengas piel de naranja.
Existen muchos rumores sobre el oscuro destino de
este personaje que lo fue todo…
Algunos dicen que acabó fatal en un anuncio de
refresco “Radical” Otros rumores decían que era gay y que se lió con
un limón del Caribe.
Incluso se rumoreaba que tuvo una hija secreta que
triunfó en el mundo de la canción. Una tal Mónica…
Aunque solo son especulaciones, porque en realidad,
nadie ha sabido jamás que fue de “El naranjito”
Pero pensad en ello la
próxima vez que os toméis un zumo…
Una
cría correteando en bragas por los Alpes suizos, esquivando cabras bajo la
atenta mirada de un anciano barbudo y su perro pachón.
Semejante
estampa resulta imborrable en nuestra memoria catódica.
Está
claro que a Heidi le gustaba Pedro y a Pedro le gustaban las cabras. Eso
explica el deseo oculto de Heidi, que ya venía loca de casa, de convertirse en
una de ellas.
En un
entorno familiar como este, raro era que la pobre Heidi no estuviera
desquiciada.
Todos
sabíamos que Heidi era bipolar. Tan pronto estaba soltando unos lagrimones como
peras de conferencia, que estaba
sobreexcitadísima con una alegría que daba asco verla. No tenía termino medio.
Pero a
pesar de todo, esta lacrimógena serie japonesa basada en la novela de la suiza
Johanna Spyri, mantuvo a toda España, y no solo a los niños, pegada al
televisor semana tras semana para seguir las andanzas de tan irritante criatura
durante 52 interminables capítulos.
La
serie estaba llena de personajes memorables que aún hoy se usan de referencia
en chistes y comentarios como la pobre niña paralítica Clara Seseman o la
estirada y castrante Señorita Rottenmeier.
La
sintonía de esta serie enseguida se convirtió en un hit pese a ser en japonés.
“Oshiete”
pronto fue traducida a nuestro idioma como “Abuelito dime tu”. Un temazo con
estribillo tirolés que nos ha quedado grabado para siempre.
Que en
Suiza el personaje de Heidi fuese un fenómeno es algo comprensible puesto que
son suizos tanto la autora como el enclave en el que se desarrolla la historia.
De
hecho existe “Heidiland”, un destino turístico en los Alpes donde el visitante
puede recorrer los lugares donde ocurrieron las andanzas de esta niña de
ficción, pudiendo incluso visitar una recreación de la cabaña de Heidi.
Si
alguien está pensando en visitar algún día este lugar, se le quitarán las ganas
en cuanto vea esta foto. Pequeña muestra del horror que puede suponer la
visita.
Pero lo
que aún no tiene explicación es la enorme popularidad que tuvo Heidi en nuestro
país.
La
Heidi-manía fue tal que dio lugar a un insólito concurso que muy poca gente
recuerda: una de las mas altas expresiones del bizarrismo patrio. Un concurso a
nivel nacional para encontrar a la “Heidi” española.
Y por
supuesto la encontraron.
Rosa
María Jaén fue la desafortunada niña que tuvo el dudoso honor de parecerse a la
niña de los Alpes.
La
vistieron, peinaron y maquillaron para que el parecido fuese aún mayor, y el
trauma y las secuelas que esto pudo causar en la pobre niña, sin duda fueron
incurables.
Su
carrera empezó y acabó el mismo día en que ganó el premio.
Al
igual que Bela Lugosi acabó sus días durmiendo en un ataúd creyéndose que era
Drácula, o Johnny Weissmuller pegando gritos creyéndose Tarzán, porque el
público solo les reconocía por el personaje que les dio fama, no sería de
extrañar que la pobre Rosa María hoy esté trotando por algún monte de Sierra
Morena en ropa interior y con las mejillas pintadas de rosa gritando: “O-de-lei-de
lei -i-u”.